Esta mañana amanecemos en la casa rural que hemos alquilado en la Venta de los Agramaderos, a unos 12 kms de Alcalá la Real. Después de haber pasado una tarde-noche tranquila de piscina, barbacoa y cartas, nos hemos levantado temprano para irnos a comprar churros a Alcalá, recoger todas las cosas y despedirnos de la dueña.
Lo primero ha sido visitar el nacimiento del río San Juan, en Castillo de Locubín, un entorno natural adaptado con merenderos, una sombra fresca y muy buen ambiente familiar. Aquí hemos disfrutado viendo a nuestra perrita nadando y correteando, cogiendo los palos que le lanzábamos al agua. También hemos venido aquí porque a los pies del nacimiento se inicia una vía ferrata para escalada.
Mientras esperábamos al escalador, hemos comido en el Bar Nacimiento Río (me he pedido un bocadillo de tortilla francesa con rodajas de tomate, delicioso!!).
El nacimiento del río San Juan está a unos 15 kms de Alcalá. Después de reposar la comida con un café, hemos subido a la Fortaleza de la Mota: ya conocíamos este monumento medieval, de otra ocasión en que pasamos unas Navidades por esta zona. Pero mis hijos eran pequeños entonces y no lo recordaban, así que ellos sí entraron a ver el castillo y la iglesia, y nosotros les esperamos con la perra en los jardines del entorno de la colina donde se erige la fortaleza.
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Vía ferrata |
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Fortaleza de la Mota |
En un mirador de la Fortaleza, junto a los aparcamientos, hay un panel con la leyenda de la mora Cava, que transcribo aquí:
Cava y Diego
Cuentan que allá por el año 1341, cuando las tropas castellanas asediaban Alcalá de Ben Zayde, aconteció una legendaria historia, de la que fueron protagonistas una bella joven y un apuesto capitán.
Ella acudía -aprovechando la oscuridad de la noche- a una fuente, para llenar su cántara del agua clara de un escondido manantial y paliar así la sed del hogar familiar y especialmente la de su padre enfermo. La Mota estaba totalmente cercada y los aljibes de la ciudadela se estaban agotando y contaminando.
Cada noche, Cava se exponía al peligro y a una situación desconocida e imprevisible. Y tuvo que ocurrir. Era el sino. Fue descubierta por el capitán. Tras un forcejeo y un intento de fuga, no tuvo más remedio que contar a Diego su penosa situación. Con la nobleza y comprensión propias de un preclaro soldado, que sabe distinguir unas situaciones de otras, el caballero permitió a la dama abastecerse de la fontana, no sólo en aquella ocasión, sino en noches sucesivas.
No tardó Eros en disparar sus dardos. El amor nació y se acrecentó entre ellos, a pesar de sus diferencias culturales y religiosas.
La salida del hogar al anochecer era cada día más difícil; puede afirmarse que una auténtica aventura. La cotidianidad hizo desconfiar al padre, que ya se encontraba casi restablecido. A la sospecha se unieron las malas lenguas de algunas vecinas.
Un día, Zaire siguió a su hija y descubrió el secreto del frondoso soto, escenario del entrañable idilio. Vociferando y maldiciendo se acercó a la hermosa joven. Indignado por su actitud, intolerante ante aquel pulcro enamoramiento, y ofuscado por lo que consideraba traición, apuñaló certeramente a Cava. Espantado y confuso, nuestro capitán reaccionó con rapidez desenvainando la espada y acabando con la vida del que le había traído la desdicha.
Trágico final para una historia de amor, que la tradición y la erudición local se encargaron de traer a nuestros días. La intolerancia nunca es compatible con la libertad y el respeto, propios de la gente de la frontera.